SEISHIN TANREN – LA FORJA DEL ESPÍRITU PURO
Seishin Tanren es un concepto no solo común a todas las Disciplinas Marciales Japonesas sino también a todo estudio profundo que requiera una participación activa de cuerpo y espíritu. Desde luego que la imagen resulta verdaderamente acertada: al igual que en una forja, en el fuego intenso de la acción y a consecuencia de los repetidos golpes recibidos por los constantes cuestionamientos mentales, el espíritu del practicante se dota de una maleabilidad tal que le permite adquirir la forma que le otorguen los principios de una u otra Tradición.
Una vez adquirida la forma deseada y a semejanza del temple de una hoja, se efectúa una cristalización que vuelve inalterable al espíritu del practicante… hasta la próxima forja, ya que éste permanecerá descansando sobre brasas.
Como si se tratara de un metal insuficientemente trabajado, el practicante falto de constancia o esfuerzo, no conseguirá que su espíritu alcance la temperatura suficiente y la forja del mismo permanecerá inacabada… el metal que no se haya calentado lo suficiente no puede ser templado.
En Budō, el metal (espíritu del practicante) se va calentando progresivamente por las técnicas de base, el acondicionamiento físico o las normas de etiqueta del Dōjō. Este periodo puede requerir entre dieciocho meses y dos años. En Iaidō coincide con Shōden y es un periodo durante el cual los golpes de martillo son aún escasos, descansando el metal sobre las brasas a una temperatura que le impide quemarse antes de ser trabajado. Después simplemente se sube la temperatura. Periódicamente se saca el metal del fuego para ser golpeado, doblado, estirado, vuelto a doblar y girado en todos los sentidos. En nuestra Disciplina este trabajo intenso corresponde a Chuden.
Cuanto más alto sea el calor, más maleable resultará el metal. En cuanto a los golpes de martillo, son los dolores valientemente asumidos o los constantes cuestionamientos que por medio de dolorosas contorsiones mentales conducen a destellos de sabiduría. En conclusión, todo lo que forma parte del ritmo de la vida de un practicante de Budō, con todo lo que el término practicante conlleva…El templado es el resultado de un proceso interior.
A semejanza del martillo que inexorablemente desciende sobre el rojo metal, el ritmo de las dificultades descritas anteriormente martillea el espíritu del practicante. Este es un largo periodo que puede durar entre cinco y seis años. Siendo algunos metales más resistentes o duros que otros, pueden necesitar incluso varios pasos por esta fase. Las prácticas intensivas; Enbus, Misogis, harán subir la temperatura del metal hasta un grado mediante el cual se cristalicen las nociones recibidas. Cristalización ésta que puede ser comparada al templado del metal trabajado, solo que al contrario que la forja, el temple no es efectuado por alguien, sino que nace de un proceso interior alimentado por la práctica rigurosa y seria. Después de esta primera cristalización, el proceso se repetirá tantas veces como sean necesarias hasta que la forma del metal / espíritu sea perfecta. Tras cada cristalización el practicante sufre un cambio de por vida no pudiendo volverse ya de ninguna manera al estado anterior. Quien haya practicado durante cinco o seis años, jamás volverá a ser el mismo ya que habrá tenido acceso a verdades inexplicables simplemente imposibles de olvidar.
Aquellos para los que parezca haber llegado demasiado rápida la cristalización no deben olvidar que la siguiente fase sí que será realmente larga. Se trata del afinado y pulido, fase esta que puede tranquilamente ocuparnos hasta la última de nuestras horas.
Si me habéis seguido hasta aquí, estaremos de acuerdo en que ciertas preguntas enormemente importantes aparecen por el horizonte de lo aquí expuesto.
¿Si la forma del espíritu será alterada por el forjador (Tradición / Maestro), no corremos un riesgo enorme al confiarnos a un tal cambiador de espíritus?, ¿Y la forma que todo ello dará a nuestro espíritu, es realmente la deseable?
Aquí tenemos ya unas preguntas que seguramente puedan generar tantos dolores de cabeza como todos los golpes de martillo de los que hablábamos y jamás debemos olvidar que son de vital importancia, sobre todo a la hora de elegir una disciplina o de seguir las enseñanzas de alguien.
(Texto original: Maestro P. Krieger)